Todo lo que siembras, cosechas (Harvest what you sow)
Betty Arslanian
Cordoba, Argentina
Soy de Córdoba, Argentina y vine a Armenia como voluntaria de AVC, aproximadamente durante dos meses. Uno de mis sitios de trabajo fue el Colegio Argentino de Erevan. Mi trabajo allí consistía en la enseñanza de idioma español a niños de 8 a 15 años.
El Colegio República Argentina hace más de una década era una escuela soviética, pero a partir de 1993 mediante una donación de la Fundación Boghos Arzoumanian de Buenos Aires, cambio sus perspectivas. Hoy los padres de innumerables niños y adolescentes escogieron a esta escuela como la indicada para la educación de sus hijos.
Trabajando aquí pude observar de cerca uno de los elementos más importantes que forman la trama de una sociedad: la educación. Cada día estuve en contacto con docentes, alumnos y trabajadores de la escuela, y de ese modo pude construir en mi cabeza una imagen de la educación armenia en la actualidad.
Como todos sabemos, la Unión Soviética ha marcado en gran medida el destino del pueblo armenio. Más allá de que durante el período de la Armenia soviética la alfabetización llegó al 100%, algunos de sus vicios, hoy, pueden verse en la sociedad y eso no es tan bueno. Por ejemplo, el idioma ruso es la segunda lengua del país; prácticamente toda la población sabe hablar, leer y escribir en ruso. En todas las escuelas, su enseñanza es obligatoria.
Los libros de español de los niños también eran rusos. Sin embargo, esto es entendible ya que difícilmente se puede conseguir material educativo en español producido en Armenia. Lo cómico de esto es que nunca en mi vida pensé que aprendería las letras rusas para leer con los alumnos…
A lo largo de estos meses he reafirmado una creencia que desde pequeña me han dicho: la raza armenia es una de las más inteligentes. Las diferencias del sistema educativo armenio y el argentino son abismales. Trabajar en el colegio me ayudó a marcar las características de ambas, plantear un paralelismo, y pensar en un equilibrio compuesto por elementos de los dos. Digo que nuestra raza es inteligente porque creo que, a diferencia de otros países, los contenidos son más densos y a los alumnos se les exige mayores conocimientos. Específicamente en la Escuela Argentina, un niño de 8 años, además de tener las materias normales (matemática, ciencias naturales, sociales, etc.), aprende el idioma armenio, ruso, inglés y español. Lo curioso es que el armenio tiene sus propias letras, el ruso también y el inglés junto al español comparten otras letras distintas. No entiendo cómo un niño tan pequeño puede guardar en su cabeza tres alfabetos diferentes y aprender gramática, ortografía y pronunciación de cuatro lenguas distintas. En Argentina una escuela normal enseña el español y el inglés, ¡Dos idiomas similares y con las mismas letras!
¡Los niños son maravillosos! Enseñarles el español, un nuevo y extraño idioma para ellos, ha sido mi motivación. Cada uno de ellos me enseñó algo diferente; yo siempre pienso que de los niños también se aprende y a veces muchísimo. Ellos han sido cariñosos conmigo siempre y creo que nunca olvidaré sus sonrisas, tampoco las veces que he tenido que levantar la voz para que hagan silencio, ni las veces que me preguntaban “Señorita Beatriz ¿qué significa tal palabra?”.
Hay cosas que creo que a pesar que el tiempo pase quedan guardadas en lo más profundo del corazón. Es maravilloso cuando un niño te pregunta “¿Cuándo regresarás con nosotros? ¿Vendrás para el verano?, en verano el Ararat se ve muy lindo desde la ventana de nuestra aula” Creo que esos son los momentos en los que a uno que le llenan de lagrimas los ojos y piensa “¿Por qué el destino hizo que estemos separados? ¡Al fin y al cabo ellos y yo tenemos la misma sangre!
Para un voluntario el mejor premio es cuando ve que su trabajo da sus frutos. Yo no soy maestra profesional, no he estudiado docencia, ni pedagogía; sólo estuve dispuesta a dar mi tiempo, mis ganas, mi voluntad para ser útil en lo que fuera necesario para mi Madre Patria. “Todo lo que siembras, cosechas”, hoy siento satisfacción por haber aportado algo de mí en los niños, estoy feliz por haber provocado en ellos sonrisas al aprender una canción, una poesía, o haber jugado a un juego en español, y estoy más feliz aun por recibir un “¡Gracias, nos encanto la clase!”. Creo que estas son las cosas que, al fin y al cabo, le quedan a un voluntario de su experiencia.
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